La rueda

El mundo de la publicidad

HENRI Bouché

La publicidad, dice el Diccionario, es la cualidad de lo que es público, y añade: «difusión o divulgación de información, ideas u opiniones de carácter público, religioso, político, etc». Hecho con la intención de que alguien actúe de determinada manera, piense según unas ideas o adquiera un determinado producto.

¿Qué herramientas se emplean? Muchas. Medios impresos, teléfono, medios audiovisuales, efecto subliminal, telemarketing, etc. Probablemente, muchos de ellos lícitos, otros no, y bastantes, molestos. No me queda la menor duda de que quien tiene un artículo para vender está en su perfecto derecho de buscar los cauces para hacerlo. Pero, verán, los posibles compradores también tienen los suyos.

Día sí, y día también sí, por la mañana y a mediodía (entre las dos y tres y media, suena uno –o ambos- de los dos teléfonos familiares: el fijo, que figura en la guía general de Telefónica y, lo más insólito, uno de los dos teléfonos móviles, supuestamente secretos. O bien te pilla con la cuchara de la sopa o bien con la meditación o siesta del mediodía, para muchos una necesidad biológica y saludable y barata. A veces, menos frecuentemente, sobre las ocho de la tarde. Y esto sucede casi todos los días. Ayer me ofrecieron cambiar de compañía de la luz; hoy, instalación de paneles solares; la semana pasada, arreglo del cuarto de baño o de la venta de agua potable. La conversación comienza con una nota introductoria. Mientras, la sopa se enfría o la siesta te quita el sueño, en tanto que los comensales aguantan y siguen degustando la comida. En ocasiones, uno tiene que mentir: no está el dueño o estamos servidos. Muchas gracias… aunque para mí sea una situación aparentemente ineducada. ¿Y cuándo estará en casa?, responde una voz, la misma. A partir de las diez, responde otra voz, la mía (a esa hora ellos no están ya en la oficina, deduzco. Y no vuelven a llamar hasta el día siguiente).

La reflexión ante esta situación anómala, para mí, es evidente. ¿Tienen derecho a irrumpir en mi casa en horas de descanso y atención a la familia? Y el supuesto vendedor dirá: ¿y cómo puedo informarle de mi oferta? Ese es su problema, no el mío. Y no sé cuál es la respuesta.

La suerte es que uno va conociendo las llamas trampa por el número desde el que llaman y lo deja sonar hasta su extinción. Pero tampoco me gusta. Si el lector tiene alguna sugerencia, dígamelo, por favor. Mi casa, como dicen los ingleses, my home is my castle.

Profesor

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