AL CONTRATAQUE

Silencios

En los plenos, la derecha y la ultraderecha volitan cuanto les viene en gana sin límite ni coacción

Paco Mariscal

Paco Mariscal

Vecinos, sigue sin un humilde charco el viejo cauce de nuestro Riu Sec. En la capital de la Plana y en la provincia de Castellón, la falta de agua dificultará, sin duda, la reproducción de las lascivas ranas de alegre croar. No llueve, y el silencio reina en el lecho de la torrentera, cuyos ocasionales manantiales brotan en el término municipal de la Pobla Tornesa. Ese silencio en la naturaleza de nuestro entorno que se impone ante la ausencia de los batracios sin cola, se vuelve contento cuando llega el agua.

Otros silencios son más permanentes y perniciosos. Por ejemplo, los que imperan en las dictaduras de cualquier signo. Esas dictaduras que acallan las voces discordantes, que castran la información y la libertad de expresión. Y esa es la primera de todas las libertades, como nos dijo Eleanor, la esposa del presidente americano Franklin D. Roosevelt. La demócrata Eleanor y el demócrata Franklin, mirando hacia Europa, contemplaron los silencios impuestos por las dictaduras nacionalsocialistas, fascistas y estalinistas hace como ocho décadas. Silencios brutales que incluían, por ejemplo, en el Tercer Reich de Adolfo Hitler, la prohibición de enchufar la radio y escuchar los noticieros de la BBC de Londres; sintonizar las emisiones de la emisora británica podía acarrear la visita al campo de concentración y hasta la pena de muerte. De la misma índole y con los mismos métodos amordazaban a la opinión pública en la Unión Soviética de Stalin. En el Sur de nuestro viejo continente tuvimos nuestro Tiempo de silencio, que no fue solo una novela escrita los años sesenta por Luis Martín-Santos, sino la larga noche del franquismo. Algo similar sufrieron nuestros vecinos portugueses y nuestros primos italianos, los primeros hasta la Revolución de los Claveles a mediados de los 70 y los otros hasta el derrocamiento de Mussolini.

Farsas electorales

Y como quien dice, vecinos, fue ayer mismo, durante el tardofranquismo, cuando en las anchas tierras hispanas gozábamos de los desagradables silencios de la Ley de Prensa de Fraga Iribarne, el articulado de la cual permitía prohibir o cerrar revistas, semanarios y periódicos, unas veces; u otras expulsar de las Españas al corresponsal de prestigioso diario Le Monde, por informar con detalle de las farsas electorales que supuso algún que otro referéndum franquista. Y también, como todo vecino medianamente informado sabe, el ministro de Información y Turismo de Franco dio un vuelco hacia la democracia y fue protagonista en la Transición: fue el padre de Alianza Popular y abuelo del Partido Popular, e intentó domesticar la derecha franquista montaraz. Esa derecha montaraz que intentó, una vez más, echarse al monte un febrero de 1981, cuando los cabecillas del intento de golpe de estado, con Milans del Bosch a la cabeza, ocuparon en las tierras valencianas cuantos medios de comunicación pudieron… para volver a los silencios. De ese intento por castrar la libertad de expresión quedan, en las comarcas castellonenses de huerta y secano, miles de testimonios.

Estos días, alguna valla publicitaria junto al Riu Sec nos habla sobre golpes de estado desde las instituciones; esas vallas sin firma explícita y con rúbrica de la extrema derecha o derecha extrema con mando en plaza junto al Fadrí, reza no se sabe qué sobre golpes de estado institucionales. Estas semanas, cuando en los plenos municipales esa derecha y extrema derecha vomitan cuanto le viene en gana sin límite ni coacción –sea verdad o no, media mentira o cuarto de verdad, falsedad o tergiversación– sin límite en su libertad de expresión, puede acudir el observador reflexivo al vocablo desfachatez, y consolarse esperando las lluvias y el croar de la rana que rompe el silencio de nuestro allegado, el Riu Sec.