VIVIR ES SER OTRO

La gran nevada

Todos hemos visto fotos de Castelló en 1946, pero si no cambian las cosas no lo veremos más

Carlos Tosca

Carlos Tosca

Hace poco se cumplía el aniversario de la gran nevada en Castelló. Ocurrió en 1946, durante aquella también fría y triste posguerra. Duró, decía el titular, catorce horas, y sepultó la capital en cincuenta centímetros de nieve. Todos hemos visto fotos. Las más impactantes para mí las del parque Ribalta. Llevo viviendo cerca de ese emblemático lugar más de tres décadas y, ya desde niño, he soñado con pisarlo cubierto de un manto blanco.

Me temo que, si no cambian mucho las cosas, quedará en mera ilusión. Como lo de correr el maratón de Nueva York o publicar una novela en Anagrama.

Que el clima ha cambiado en las últimas décadas resulta innegable. Hasta políticos ultraliberales como Arnold Schwarzenegger, cuando fue gobernador de California, se dieron cuenta del problema y lucharon para frenarlo.

De nada sirve alegar los cambios cíclicos de clima: el calentamiento global se está dando en un periodo de tiempo cortísimo, y es extremadamente fácil asociarlo a la contaminación y a la sobreexplotación de recursos naturales.

Para todo lo demás, como decía el anuncio, están los terraplanistas y los teóricos de la conspiración.

Estos últimos son graciosos. No solo las Torres Gemelas las tiró abajo el propio gobierno de los Estados Unidos, sino que el holocausto judío no existió, el Área 51 está llena de extraterrestres, en lugar de a la Luna se llegó a un estudio de Hollywood y a Kennedy lo mató una amalgama de comunistas, mafiosos y, por supuesto, alienígenas. Da la impresión de que quien traga alguna de estas cuestiones se queda con todo el paquete y le da credibilidad a cualquier discurso estrafalario que se le ponga delante.

No nos olvidemos de los supuestos tejemanejes de los distintos gobiernos con el tema de las vacunas contra el covid-19, o, más inverosímil aún si cabe, con el asunto del 5G de los teléfonos móviles.

Vidilla

En verdad estas bobadas dan vidilla a las conversaciones con el cuñado de turno o el amigo enteradillo que todos tenemos. También funcionan bien en la barra del bar. Ya si las intercalamos con las críticas al VAR, las quejas recurrentes de los autónomos o sobre las colas en Sanidad, tenemos charla para un buen rato sin necesidad de acudir a eso tan manido, tan de ascensor, como es hablar del clima. Que si hoy no lloverá, que si ya no llueve como antes… ¡En Castelló nunca llueve! ¿Aún no nos hemos dado cuenta de eso? Quizá haya una conspiración en ese sentido… ¡¡Y la hay!! Efectivamente: las famosas avionetas que salen a volar cuando hay amenaza de tormenta y deshacen las nubes. Los motivos por los que hace esto son un tanto difusos. Quién se beneficia de la falta de lluvia, de la escasez de agua y tiene que pagar de su bolsillo el queroseno de las avionetas espantanubes lo dejamos para otro día. Pidamos otra cerveza y unas patatas bravas, y quejémonos de que no llueve porque al Gobierno no le interesa. Punto. Punto pelota.

Conspiradores

Y es que los mandamases son los perfectos conspiradores. Su composición es oscura. Porque esa es otra, en realidad, dicen los conspiranoicos, los que mandan no son los que votamos, los que salen en la tele. No, detrás de esos poderes fácticos están los que en realidad manejan los hilos del planeta. No los busquen, son inencontrables y los causantes de todos los males.

Me da que con todo esto eludimos responsabilidades. Qué fácil es echarle la culpa a otro, y si por indefinición no se puede defender, encontramos al culpable perfecto.

En fin, me temo que no podré tirar bolas de nieve en el Ribalta con mi hijo por culpa de los extraterrestres protegidos por el gobierno en la sombra. ¡Malditos!

Editor de La Pajarita Roja