A VUELAPLUMA

Somos de campo

Huerta de Campanar en el borde de la ciudad.

Huerta de Campanar en el borde de la ciudad. / GERMAN CABALLERO

Alfons Garcia

Alfons Garcia

Somos de campo. Quiero decir que no hace falta recurrir a estudios de economía aplicada para comprobar que esta sociedad valenciana (y la española, con sus características) ha tenido (y tiene) una clara esencia agrícola. Tengo a menos de 300 metros la frontera de València con la huerta. Cada mañana para una furgoneta destartalada delante del bajo del viejo Paco y deja patatas, naranjas y lo que la tierra cercana provea, todo lo que él vende a los clientes de siempre, entre caliqueño y cabezada soñadora en una silla vieja. El vecino que por la noche encuentro por estas calles, él con su perro y yo con los míos, algunas mañanas aparece encima de una máquina enorme, como de Mad Max, en dirección a la huerta. Aseguro que esto es aún València. Quizá una parte peculiar, que dejó que el reloj corriera a su marcha, pero València según los recibos del IBI.

Somos de campo. Aunque no sepa distinguir una escarola de una lechuga. Aunque la mayoría pasemos los días entre dos luces falsas: la de la pantalla del monitor y la que cae de los neones del techo. Somos de campo, con esa carga despectiva que suele incluir la frase, aunque nos acostemos cada noche con el Nocturno número 21 de Chopin.

Quiero decir que se entiende mejor lo que se tiene cerca, lo que forma parte de la piel compartida. Quizá por eso la comprensión general hacia las movilizaciones de estos días, incluso a pesar de las complicidades con los ultras destructores de sistemas y amigos de las conspiraciones. Lo contrario sería ir contra lo que somos. Quizá por eso la rapidez con la que algunos gobiernos han actuado. La Unión Europea ha tardado horas en diluir su Agenda Verde. Leo otro titular: ‘El Gobierno francés desactiva las protestas agrícolas con cesiones medioambientales’.

Esas tenemos. Al final, la disyuntiva parece que es el campo o la ecología. ¿Con qué estar? ¿Y con quién? En aquel tiempo de la pandemia íbamos a mejorar la producción de productos básicos para reducir la dependencia de otros continentes. Íbamos a mejorar la situación de los que viven del campo, obligados desde hace décadas a abandonos. ¿Alguien dijo que lo íbamos a hacer dando pasos atrás en el medioambiente?

Lo mismo se podría decir de los coches eléctricos, que parece que ya no interesan tanto en la medida que EE UU se pone más de perfil. La UE continúa por delante en el planeta en legislación de protección ambiental, pero estos días echa el freno. El relato (eso tan de estos días) que queda de estas movilizaciones es que ganan los que denuncian el ‘dogmatismo ambiental’.

Y justo esta misma semana: el mes de enero ha sido el más cálido de la historia. La realidad que molesta sigue ahí, aunque no interese ahora.

¿Esta es la Europa de 2023? Quizá es momento de quitarnos las máscaras y dejar hipocresías de capitales verdes cuando queremos mantener la forma de vida que nos ha llevado hasta aquí.

¿Escondemos las chapistas de Agenda 2030? ¿Admitimos un exceso también en esto de la ‘verdología?’ Quizá necesitamos algo más de imaginación política, porque no es difícil vislumbrar lo que está cada vez más cerca: Trump de nuevo, y crecido con una victoria aplastante en EE UU. Y veremos Francia. Y veremos España con su batalla de las derechas con el discurso radical como arma.

Les hemos dado la pelota y hemos decidido jugar a la contra, como los equipos pequeños. Hemos preferido la estrategia a la política grande, la de mayúsculas, la de convencer. A veces da buenos resultados. Pero uno siempre quiso ganar como Cruyff y Guardiola, masticando el relato, demostrando superioridad, mejores ideas. Enseñando un futuro mejor… Convenciendo.

Somos de campo. Lo tenemos tan cerca que no lo vemos. Es mucho menos de lo que fue: el ladrillo lo ha devorado en los tiempos de las bacanales, las fiestas de Prada, los Ferrari y las fallas de millones de euros. Pero giras la esquina y aparece ahí, viejo y renqueante. Caminas entre sendas de polvo y matojos y lo que ves son sobre todo rostros extranjeros. Lo que ves es lo que no se ve, la otra cara de estas movilizaciones: no los que salen con los tractores, sino la mano de obra habitual, extranjera, precaria, sin papeles en algunos casos. Es otra paradoja de estos tiempos. Los que trabajan en el campo, los que nos salvan la producción de alimentos frescos, son hijos de esos continentes que son la amenaza con su fruta más barata y con menos requisitos ambientales. Los días de hoy.

Escribo ‘los días de hoy’ y noto un distanciamiento que me aleja y al tiempo me resguarda. Las palabras me cobijan del exterior de Mad Max, ese donde vamos a llevar barcos con agua desalada a cientos de kilómetros porque allí ya está casi extinguida. Ese donde planeamos estanques bajo los puentes para expulsar a los parias. Ese donde se paga mil euros a una mafia para poder ‘okupar’ un piso ilegal y así tener un techo hasta que la burocracia ruede y te ‘desokupen’. Los días de hoy, tan resbaladizos y tan difíciles de entender (como cualquier presente), tan imperfectos y tan bellos.