LA RUEDA

De lo que no se puede hablar...

Henri Bouché

Henri Bouché

Uno de los autores que me impactó en mis años universitarios, en las pocas clases a las que, por trabajo, podía asistir, fue el vienés Ludwig Wittgenstein, tanto por su vida como por su obra. Hijo de una familia muy rica de Austria, un día desembarcó en las montañas de un pueblecito pobre y frío, surcado por un pequeño río. Y empezó a dar clase a unos niños no menos dejados de la fortuna. Allí permaneció aislado durante seis años intentando pergeñar lo que comenzaría a llamarse enseñanza activa, ideas reformistas, en un mundo rural. Toda una aventura en aquella época o una insensatez como algunos sabiondos dirían a sus espaldas.

La aventura no acabó ahí; ingeniero de formación y físico de vocación, ejerció como maestro rural, arquitecto, jardinero, pescador y alguna cosa más. En 1914 estalló la guerra y se alistó como voluntario en el Ejército de su país. Escondido en las trincheras, entre tiros y bombas, escribió una de sus grandes obras: Tractatus lógico-philosophicus. Pero, tanto como su obra, a mí me fascinó su biografía como he dicho.

Como afirmaba Einstein, el mundo es tan complejo que solo podemos llegar a la superficie. Y lo que habría que hacer es, como ya aventuró Marx en otro contexto, transformarlo. Algo, en otro contexto muy diferente, diría Ortega. Pero no el mundo, sino al hombre y su circunstancia: hablar, sí, pero consecuentemente, con la verdad por delante y el parloteo desplazado. De eso tendrían que aprender quienes discursean en los medios vendiendo sus productos, sin pensar, tal vez, que de aquello de lo que no hay que hablar, lo mejor es callarse.

Pero si, como el mismo Wittgenstein decía, para pensar el mundo no hay otra vía que la del lenguaje, es necesario que los límites de este coincidan con los del mundo. Y, demasiadas veces, no es el caso. Se habla, se monologa, se deja en mal lugar al interlocutor o al público y se acaba el discurso sin entrar en la exposición objetiva. Se deslizan falsedades y se encubre la verdad.

Y se callan muchas cosas, cuando realmente, lo que se puede llegar a decir, se puede decir claramente; sobre aquello de lo que no se puede hablar, lo mejor es guardar silencio. O, como decía un cura amigo, «el bien no hace ruido, y el ruido no hace bien», glosando al santo Vicente de Paúl.

Profesor

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