La firma del director

Un viaje cítrico y con moraleja

Ángel Báez

Viajar siempre permite ampliar nuestro horizonte cultural y adquirir nuevos conocimientos que, en algunos casos, rompen con nuestras propias creencias, por muy enraizadas que estén. Poner rumbo a otros lugares y alterar nuestras rutinas también nos suele dibujar escenarios sorprendentes que nos deben abrir a la reflexión, individual y colectiva.

Esta puede ser la conclusión de un viaje de un amigo, cuya crónica no ha dudado en compartir para que cada cual saque sus propias conclusiones. Avezado experto en el món de la taronja, recientemente cogió las maletas con un único propósito: conocer la realidad productiva y comercializadora de otros campos. Así pasó por la isla de Malta, otrora potencia citrícola y hoy apenas residuo de aquel imperio regado de minihuertos, pero que aún conserva una enorme capacidad comercializadora. Más tarde, en Grecia procuró resarcirse con la búsqueda de aquellas explotaciones citrícolas que, en la mitad del siglo XX, llenaron de naranjas las tierras a los pies del Peloponeso. Hoy apenas quedan los restos de aquel glorioso pasado. Finalmente, dio el salto a Egipto y la cosa cambió. En un país regado por el Mediterráneo, con una estacionalidad igual a la nuestra, en el que nueve de cada diez kilómetros cuadrados es árido desierto, se suceden amplias explotaciones, con alto grado de profesionalización y unas capacidades productivas muy emergentes.

Moraleja: a veces nos empeñamos en eludir el espejo para evitar ver la realidad que no nos gusta y, lo peor, no parece que tengamos propósito de enmienda.

Suscríbete para seguir leyendo