COSAS MÍAS

Dura lex, sed lex

Antonio Gascó

Antonio Gascó

La Lócride era una región de la antigua Grecia central que comprendía, desde Larimna (al norte del golfo de Corinto), al desfiladero las Termópilas, área en donde el general Temístocles venció a las tropas del persa Jerjes en la segunda Guerra Médica. Allí en el siglo VII a. C, vivió Zaleuco de Locris, uno de los primeros grandes legisladores griegos. Las fuentes antiguas, que tratan sobre su biografía, son la Política, de Aristóteles, la obra de Diodoro Sículo y la de Cicerón.

Era éste, un personaje especialmente cabal, al par que un muy reputado jurista. Se cuenta, al respecto de su probidad, que un hijo suyo, fue acusado y condenado por un delito de adulterio o robo, según las fuentes que se manejen. La pena por tal infracción suponía la pérdida de ambos ojos. Hoy lo más factible es que cualquiera de nuestros políticos que tuvieran autoridad sobre un caso semblante ocultaran el delito, increparan a otro como culpable, o «destruyeran los discos duros de su ordenador». 

Madre del derecho

Pero en Grecia, madre de nuestro derecho y del nacimiento legislativo de la política, las cosas no eran así. No en balde han pasado a la historia muchos legistas de gran nivel, por la probidad, firmeza y rectitud.  

El hijo acusado de Zeleuco, sin duda debía ser un chaval apreciado en su ciudad y por ello, sus paisanos compadecidos de él, pidieron a su progenitor que le perdonase. Pero el munícipe jurista, con un respeto capital a la legislación y con un ingenio muy sutil y avispado, respondió a la demanda social: «Perdonaré a medias a mi hijo, ya que no es él el único culpable, y mandaré que le saquen solo un ojo; el otro me lo sacaré yo, pues siendo su padre, debí haberlo educado mejor. Así se dará cumplimiento a la ley, ya que ésta nada dice sobre qué ojos hay que sacar y yo la acataré con la honestidad que ella me exige». Y así lo hizo. Demostrando, a un mismo tiempo, su amor de padre y su respeto absoluto al digesto.

Hoy podrían parecernos exageradas, estas prescripciones, pero eran iguales para todos, lo que hacía que la soberanía recayera en la misma ley y no en el gobernante. Eran edictos muy avanzados para su tiempo constituyendo, además, un código escrito que, entre otras cosas, prohibía la esclavitud y favorecía la igualdad de la mujer.

Cronista oficial de Castelló

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