VIVIR ES SER OTRO

Gota fría

El planeta nos grita, amigos, y no sé si le estamos escuchando lo suficiente

Carlos Tosca

Carlos Tosca

Las alertas por lluvias me recuerdan a la infancia. A cuando en septiembre, invariablemente, llovía en tromba. Íbamos al colegio con katiuskas, esas botas altas de nombre ruso que te permitían saltar en los charcos de agua sin mojarte, pero que hacían sudar tu pie como si lo hubieras metido en una sauna.

Ahora el clima anda revuelto. Siguen las situaciones de emergencia por lluvia en los estertores del verano. Le llaman al fenómeno DANA, siglas que significan «depresión aislada en niveles altos». Dice la RAE que DANA es más correcto que «gota fría». Pues vale. A mí me gusta más el viejo término.

Supongo que van quedando cada vez menos negacionistas del cambio climático. Aunque sabemos también que nunca se erradicarán. Ahí tenemos el resurgir de los terraplanistas, cuatro siglos y pico después de Galileo Galilei. Lo que no se extingue jamás es la imbecilidad humana, y las ganas de llamar la atención. Porque detrás de estas posturas exóticas y radicales muchas veces se esconde, más que verdadera incultura o la atrofia de la lógica, un deseo de generar interés en los demás, de sentirse minoría y único. Signo de los tiempos en los que el individuo se impone a la sociedad. El deseo de ser considerado diferente, aunque sea a costa de mostrarse como un idiota.

Hace años presentamos un libro en Galicia. Abrí mi exposición destacando lo bonito que me había parecido el verde paisaje. Destaqué los ríos; dije que me resultaba sorprendente que allí bajase agua por ellos. Les mencioné que en mi ciudad cuando el río ¡¡Seco!! lleva caudal sale en portada del diario y los vecinos vamos en masa a ver la corriente, inédita el resto del año. Les saqué unas risas contando una verdad pura. Me sentí por un momento monologuista de El club de la comedia.

Cuatro gotas

Y es que el clima da para mucho: para rellenar los silencios incómodos en el ascensor y para una columna de opinión justo al poco de iniciarse el curso escolar. Escribí esto el fin de semana pasado, cuando parecía que teníamos que sacar la barca para ir a comprar el pan. La mayoría de las veces los avisos climáticos acaban resultando excesivos. Entonces nos quejamos, aunque lo hacemos más si resulta que las autoridades han sido incapaces de predecir el desastre. Entiendo que desde Emergencias se exageren las cosas, que se pongan en el peor de los casos. Más vale pasarse que quedarse corto. En mi casa anulamos todos los planes para el sábado —básicamente, ir a comer con una amiga a Oropesa— y acabaron cayendo cuatro gotas.

El domingo teníamos que ir a Vall d’Uxó, a las cuevas de Sant Josep. Mantuvimos la cita previa llamada para verificar que seguían abiertas y eran seguras, pese a la alerta naranja. Nos explicaron que el nivel del agua en el río subterráneo depende de un señor que regula el nivel, así que da igual cuánto llueva fuera. Las visitamos sin ningún problema y el niño, sobre todo, disfrutó un montón: le recordaba a sus mundos de Minecraft.

Aun así, la DANA… perdón, déjenme llamarla gota fría, como toda la vida, aunque sea inexacto, causó estragos en otros sitios, alguno cercano como Alcanar, y se llevó la vida de varias personas.

Es serio el asunto de las lluvias torrenciales, de los veranos, como este que da sus últimos cañonazos de sol, el más caluroso de la historia conocida y mesurada. El clima hay que verlo en ciclos, es cierto, pero si cualquiera mira las estadísticas se dará cuenta de que algo sucede, y no es nada bueno. El planeta nos grita, amigos, y no sé si le estamos escuchando lo suficiente.

Escritor de La Pajarita Roja

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