VIVIR ES SER OTRO

Exponer tus preferencias

El Club de Lectura de la Farola es una de las cosas bonitas que me han pasado en los últimos años

Carlos Tosca

Carlos Tosca

El Club de Lectura de la Farola, instigado por Georgia, es una de las cosas bonitas que me han pasado en los últimos años. Lo organizó ella como, digámoslo así, una especie de regalo. Su teoría era que, en lugar de hablarle de forma entusiasta a una sola persona sobre cuanto leo --a ella--, pudiera hacerlo a un grupo de gente. En otras palabras, para encontrar nuevas víctimas de mis preferencias literarias. Al final, como veremos si soy capaz de explicarme bien, el club está resultando algo distinto, mucho más nutritivo en lo intelectual de lo esperado. De la simple verborrea sobre mis gustos como lector se ha pasado a un intercambio de pareceres con gente de lo más interesante.

Abrimos las puertas con un grupo pequeño, en reuniones alrededor de una mesa con participantes todos ellos conocidos previamente y, ahora, algo más de un año después, hemos tenido que colgar el cartel de completo ante la numerosa demanda. De hecho, escribo esta columna ahora precisamente porque no pretendemos captar nuevos adeptos, sino para expresar mi agradecimiento a todos los que han sido y son integrantes del mismo. No cabemos más, por un tema de espacio físico y también porque incluir a más miembros generaría un problema de tiempo. La idea es que quienes vengan al club tengan espacio temporal suficiente para expresar sus opiniones. Con más gente esto resultaría imposible.

Todos los meses leemos un libro, en general de pequeño tamaño, que yo he leído previamente y que se encuentra en el Olimpo de mis lecturas, o cerca de la cima. Como he dicho, en sus inicios digamos que la idea para mí era poder expresar en voz alta mis filias literarias, pero ahora, caramba, me parece más interesante la opinión de los demás que la mía propia. Mucho más. Ver las reacciones de la gente frente a tus mitos --un aspecto de mi vida que considero muy importante-- es enfrentar mis gustos a los de los demás, y eso, en lugar de producir efectos negativos, ha acabado enriqueciéndome como lector. Ahora releer esos libros que tanto me gustaron en su momento se ha convertido en un ejercicio de escucha, de ver otras impresiones, aristas y rincones de novelas que me impresionaron vistos desde posiciones lectoras distintas a la mía. Me aportan mucho, más de lo que ellos mismos creen.

Sustratos intelectuales

Porque al club vienen personas de distintos sustratos intelectuales, con una mochila de experiencia lectora dispar. Eso, en lugar de ser un obstáculo, como erróneamente pensaba cuando empezamos, aporta una visión especial y particular que ensancha la perspectiva lectora compartida.

Podría haber salido mal y enfadarme el que hubiese gente a la que le desagradasen mis tótems novelísticos, pero ha resultado que, incluso cuando se ha dado esta circunstancia, no representa un problema sino un confrontar ideas lectoras diversas, con lo que he llegado incluso a bajar del pedestal alguna lectura que yo recordaba excelsa y que, al revisitarla y obtener una visión diferente hasta a mí me ha resultado menos majestuosa.

Quizá deberíamos actuar así en más aspectos de la vida. Sobre todo en el político, donde es más difícil tener la mente abierta a otras opiniones, a visiones distintas. Escuchar disconformidades, verse en la tesitura de que los pilares de tu pensamiento sean golpeados. Incluso en el caso de que se haga desde puntos de vista que no se comparten, debería enriquecernos. Sin embargo, por desgracia, muchas veces nos parapetamos en aquello que ha arraigado dentro de nosotros, sin dejar fluir el pensamiento crítico. Claro, es mucho más fácil y cómodo actuar así, por desgracia.

Editor de La Pajarita Roja