Carta del obispo

La Cuaresma

Casimiro López Llorente

Casimiro López Llorente

Con la imposición de la ceniza el pasado miércoles hemos comenzado la Cuaresma. La Iglesia nos invita a recorrer durante cuarenta días un camino que nos prepare a la celebración gozosa de la Pascua de la Resurrección del Señor. La Palabra de Dios nos invita y exhorta en este tiempo a ponernos en camino hacia la Pascua con una vida convertida, reconciliada y renovada. Este tiempo santo nos ofrece a todos los bautizados la oportunidad de renovar nuestra fe, de avivar la vida nueva del bautismo y de acrecentar nuestro amor a Dios y a los hermanos. La Cuaresma es un tiempo fuerte que puede favorecer en cada uno de nosotros el cambio, la conversión. 

En la imposición de la ceniza y a lo largo de este tiempo de gracia, escuchamos una fuerte llamada de Jesús mismo a la conversión. «Convertíos y creed en el Evangelio», nos dice (Mc 1,15). La ceniza nos recuerda que somos mortales, frágiles y pecadores. El recuerdo de nuestra caducidad y la llamada a la conversión están unidos: en esta vida breve hay que ir consumiendo el hombre viejo mediante la conversión a Dios, la fe en el Evangelio y las buenas obras para alcanzar la vida del hombre nuevo en la Pascua definitiva.

Convertirse es volver la mirada y el corazón a Dios con ánimo firme y sincero. Para convertirnos debemos escuchar la voz de Dios (Sal 94, 8), sobre todo, en la oración. Dios quiere ser nuestro guía hacia la tierra prometida. Para este tiempo cuaresmal, junto a la oración, el Señor nos propone el ayuno. Hemos de ayunar no sólo de alimentos materiales, sin también de todo aquello que bloquea o dificulta nuestra apertura a Dios y al hermano necesitado, o que favorece los vicios, las pasiones, las ataduras a las cosas y el egoísmo; en definitiva, de todo aquello que nos esclaviza y nos impide ser libres. Jesús nos propone además el ejercicio de la limosna, que se expresa en las obras de caridad hacia los más necesitados. 

Obispo de Segorbe-Castellón