COSAS MÍAS

Un beso a la eternidad

Antonio Gascó

Antonio Gascó

Perdonará el lector/a que escriba este texto en primera persona, pero cuanto quiero contar así lo exige. El pasado día 14 se celebró San Valentín, un santo del oficio cristiano, al que Galerías Preciados, a fines de los años 50 (obviamente, por motivos comerciales) resucitó, creando el subterfugio de los regalos en pareja, del día de los enamorados.

La festividad de San Valentín la creó, en el siglo V de nuestra era, el papa Gelasio I, como cristianización de las lupercalia o fiestas de la fecundidad. Pero el asunto estaba tan poco claro, que Pablo VI quitó del santoral a Valentín, al no hallar pruebas fehacientes de su existencia. Otro día me complaceré en señalar la influencia que, a lo largo del medievo, tuvo esta celebración con las cortes del amor de creadas por el rey Carlos VI de Francia en el siglo XV. Con todo, boca que dice que sí, boca que dice que no. En efecto, viene bien el refranero para justificar que Pablo VI quitase del santoral, aunque el papa Francisco, en 2014, volvió a rehabilitarlo. Pues bueno, planteado todo este maremágnum hagiográfico, argüiré que a mí siempre me ha caído simpática la celebración, quizás porque soy un romántico incurable.

Fascinadora

De hecho, hace cinco días, fui al acantilado oropesino de la Renegà a lanzar al mar unas rosas en recuerdo de Marisa, que abandonó este mundo hace más de tres años y que, en su última voluntad, quiso que sus cenizas se esparcieran en las aguas de ese paraje que hizo sus delicias como excepcional nadadora y como esposa. Aunque con el corazón compungido, me encontré bien. La percibí, emocionalmente, viva a mi lado y absolutamente fascinadora, como siempre. Que este relato puede sonar cursi, lo acepto. Pero «que me quiten lo bailaó durante 45 años». Un beso a la eternidad.

Cronista oficial de Castelló