Cosas mías

Campanas al vuelo

Antonio Gascó

Antonio Gascó

En el siglo XVIII, las relaciones entre el curato parroquial y el consistorio municipal de Castelló fueron muy poco cordiales y ello a causa de las desavenencias con la cartuja de Vall de Christ y con el obispado de Tortosa, titular de la diócesis. A estas hay que añadir los embrollos por la exclusivista utilización de las campanas de la torre, por parte del clero en los actos religiosos, sin autorización corporativa. No olvidemos que El Fadrí se construyó a expensas de las arcas municipales. De esta última contingencia, los pleitos más sonados --y nunca mejor dicho-- arrancan cuando en 1660 el vicario perpetuo, José Breva, que representaba al abad de Vall de Christ, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, se arrogó la licencia para tocar las campanas en las fiestas patronales de los gremios, sin el correspondiente permiso. El litigio llegó a involucrar hasta el virrey, que tuvo la avenencia muy difícil. 

Si en 1731 se llegó a una concordia por el uso de las campanas, teniendo claro el reconocimiento de la propiedad municipal de la torre, en 1775 el subvicario Cristóbal Ximénez volvió a las andadas y, sin contar con el Ayuntamiento, ordenó un vuelo general para recibir al obispo de Orihuela. Como el campanero municipal se negó a cumplir el mandato, el responsable eclesiástico, encargó los toques a seis sacerdotes, que se negaron a abandonar la torre cuando el corregidor, Nicolás del Río, lo ordenó, por contravenir las disposiciones municipales, por considerar que estaban obedeciendo un precepto divino. Y así se originó el cisco: las tropas del regimiento de caballería del Infante, con sede en la localidad, arremetieron contra los clérigos (sin duda en una acción premonitoria de las cargas antisistema) mereciendo el anatema del vicario.

Cronista oficial de Castelló

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