Juan Ortega, un tenue rayo de luz en una tarde desangelada y de poca inspiración

La lluvia dio una tregua y hubo buen ambiente en la plaza

Tarde de toros en la feria de la Magdalena 2024

Tarde de toros en la feria de la Magdalena 2024

Jorge Casals

Ni el chaparrón que cayó a mediodía ni las nubes amenazantes impidieron que la plaza registrara una buena entrada al reclamo del cartel del arte. La afición acudió cargada de ilusión, dispuesta a que alguno de los tres espadas destapara el tarro de las esencias. Nada más lejos. El desencanto se apoderó del ambiente al acabar el festejo que, al menos, no se hizo eterno. Y el aficionado se marchó con la desilusión de lo que pudo haber sido y no fue, exteriorizando su enfado lanzando almohadillas al ruedo, que es muy común de estas plazas mediterráneas. Apenas una bocanada de luz con la rúbrica de Juan Ortega, como el rayo de sol que asomó bajo las nubes, pero que acabó diluyéndose como la tarde, encapotada y desangelada. 

Cuando asomó el segundo por toriles salió el sol a la vez, como algo premonitorio de lo que iba a suceder. Juan Ortega dejó todo un recital capotero que, literalmente, levantó al público de sus asientos. Genuflexo primero, muy rondeño, y erguido después, todo muy reunido y encajado, bajando las manos, con el de Domingo Hernández repitiendo con celo. La media, un cartel de toros. Y la euforia desatada. Vino después un galleo por chicuelinas para llevar al toro al caballo con aromas de otro tiempo y un quite por verónicas abrochado con otra media.

El inicio de faena resultó sensacional, de ricos matices y sabor antiguo. A los ayudados a dos manos le sucedieron dos cambios de mano de una despaciosidad sublime, se durmió en el muletazo que pareció no tener final. Un calambrazo en el alma por la despaciosidad, el aroma, la templanza, la reunión… Lo que se presagiaba como una faena grande ante un toro de sabrosa embestida quedó solo en una labor de detalles, pues luego llegaron las intermitencias, la falta de acople al natural por donde el toro humillaba superior. Coitus interruptus. ¿Qué pasó, Juan? No remontó ya la faena y se apoderó la decepción, como un jarro de agua fría. Mató de dos pinchazos y una estocada desprendida.

Un marmolillo fue el segundo remiendo de Álvaro Núñez. Aplomado y desrazado, Juan Ortega lo despachó pronto, no sin antes dejar otro inicio de faena de mucho empaque, con algunos cambios de mano deletreados. Pero de nuevo la magia se esfumó ahuyentada por la descastada embestida del toro. Así que Juan Ortega se marchó con buenas sensaciones pero con el esportón vacío de premios, como sus compañeros.

Morante, inédito

Un desangelado Morante cabreó al aficionado. Desganado, contaminado por la endeble condición de sus oponentes, tiró por la calle de enmedio, pues el de La Puebla, que no es un obrero de este arte, no se anda con remilgos. 

El primero de los dos remiendos de Álvaro Núñez cayó en manos de Morante para abrir plaza. Un toro tan bajo de raza como de poder que dejó inédito al sevillano. Un trincherazo ¡qué trincherazo! en el inicio de faena fue lo único destacable de una labor sin más historia ni contenido. Pobre debut del ganadero Álvaro Núñez en esta plaza.

De nuevo quedó inédito Morante frente al cuarto, un toro justo de trapío y muy bajo de raza. El sevillano se mostró excesivamente apático, castigó al de Domingo Hernández en demasía y lo macheteó de primeras en la muleta sin ningún convencimiento. Lo paseó al natural con cierto desinterés, hasta que se fue a por el acero. Mal con espada y descabello y enfado del público con la consecuente bronca. Pasó de puntillas el sevillano por esta Magdalena.

Pablo Aguado

Pablo Aguado tampoco dio con la tecla del éxito ante un lote de feo estilo. Su primero embistió a media altura pero no le importó al sevillano para dejar algunas verónicas de relajada expresión. Hubo naturalidad y verticalidad en un quite por chicuelinas. El de Domingo Hernández ya nunca humilló después, pero Aguado lo entendió bien, lo provocó, le dejó la muleta adelante y tiró de su embestida con la figura hierática, relajada. Algún gañafón defensivo embruteció ciertos pasajes. Faena paciente de Aguado en la que no se aburrió. Tras dos pinchazos se tumbó el toro y el sevillano fue ovacionado.

El sexto fue el de más cuajo y volumen de la tarde. El padre de los anteriores. Muy parado el de Domingo Hernández, Pablo Aguado se empeñó en sacar partido en una labor afanosa pero carente de emoción.

No estuvieron inspirados los artistas. Tampoco contaron con material propicio para plasmar su arte en el lienzo del ruedo. Así que cabizbajos, todos abandonaron la plaza pensando en lo que pudo haber sido y no fue.