AL CONTRATAQUE

Canción de fuego y hielo

Guillermo Sanahuja

Guillermo Sanahuja

Todos los que habitamos los pueblos del Alto Mijares hemos recibido en nuestros grupos de chat imágenes dramáticas del incendio, dignas de las historias de dragones de George R. R. Martin. Solo que no era el fantástico mundo de Poniente, sino las montañas y paisajes que transitamos.

Los datos son estremecedores: 4.700 hectáreas calcinadas en un perímetro de 55 kilómetros que ha afectado a 9 municipios, 5 aldeas y 1.615 personas desplazadas. En su extinción, han participado más de 500 efectivos terrestres y 22 medios aéreos que se han jugado el tipo. Una factura medioambiental, económica y humana muy alta. Lo que no se puede medir, pero sí se ha tangibilizado en lágrimas, ha sido la tristeza y rabia de los que sienten estas tierras.

Mediterráneo, como medio de comunicación de proximidad, ha actuado como testigo y pulso en esta catástrofe. Ha reflejado las emociones de los afectados; las promesas del presidente del gobierno que se acercó al Puesto de Mando Avanzado; las declaraciones de portavoces en Les Corts, jugando a la tangana en la previa de las elecciones; y también los argumentos de los representantes locales de todos los colores que han publicado tribunas al respecto. A pesar de los ríos de tinta, dos mensajes han sido menos extensos pero brutalmente significativos: por una parte, los lectores de este periódico han considerado en un 97% que no se actúa correctamente para evitar incendios; por otra, el fotoperiodista Erik Pradas capturaba una simbólica foto de una valla delimitadora de la provincia de Castellón con el aluminio y pintura socarrados delante de un paisaje de color ceniza. Este es un incendio más tras los de l’Alcalatén (2007, 5.500 HA), Artana (2016, 1.600 HA) o Bejís (2022, 20.000 HA), por nombrar algunos.

A no ser que tengamos una vocación colectiva hacia la piromanía, cada vez que sucede un incendio como estos se constata un fracaso social. Soy lego en políticas forestales pero sí sé, como amante de la montaña y usuario de las sendas de mi pueblo, San Vicente de Piedrahita, que tras la gran nevada de 2017 muchas zonas han quedado prácticamente inaccesibles y que tan solo basta una chispa para hacer de los barrancos y pinadas una masa combustible imparable.

En este punto, si se da por sentado que la emergencia climática va a empeorar las condiciones en los próximos años, podemos: a) asumir cínicamente que todas nuestras comarcas se quemarán tarde o temprano o b) con el empuje y la exigencia de la ciudadanía, tomar decisiones que conserven un envidiable patrimonio natural.

Ley contra la despoblación rural

El pasado jueves, en el último pleno de la legislatura, se aprobó, tras años de trámite, la ley contra la despoblación rural. Bienvenida sea, recordando algunas cifras del Instituto Valenciano de Estadística: el Alto Mijares es la comarca menos poblada (4.094 habitantes) y con menos densidad (6,77 por cada kilómetro cuadrado) de la Comunitat, contando con 22 municipios en una extensión de 667 kilómetros cuadrados. Además está en la cola de la natalidad con un índice de 4,4 nacimientos por cada mil habitantes lo cual provoca que a principios de 2021 hubiera tan solo 270 menores de 15 años.

Por favor, déjense de tácticas electoralistas, de vender relatos y colocar mensajes. Esto no va de eso. Va de proteger el medio ambiente para salvar la vida, de prestar atención a una comarca olvidada y de generar recursos suficientes para vivir con bienestar. Dicho de otra manera: discriminar positivamente a aquellos que residen en los territorios vaciados para que su calidad de vida --a pesar del frío invierno-- sea igual o mejor que en cualquier población de la Plana.

Quizá sea ingenuo o quizá esta tragedia ecológica puede deparar una oportunidad para que en las próximas legislaturas, gobierne quien gobierne, ejecute acciones transformadoras en municipios, raramente nombrados en la agenda pública, como Arañuel, Cortes de Arenoso, Espadilla, Montán, Torrechiva o Zucaina, que eviten que en un futuro no muy lejano el Alto Mijares, u otras zonas similares, se conviertan en un parque de ocio para domingueros.

No es solo una cuestión medioambiental, económica o social. Si el Mijares languidece, quemaremos una herencia de tradiciones y una forma de entender el mundo. Dejaremos de ser quien somos.

Profesor del departamento de Ciencias de la Comunicación de la Universitat Jaume I

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