Opinión | VIVIR ES SER OTRO

Clase de historia

Los hechos históricos, los momentos importantes que te pasan en la vida, no siempre son malos

El 25 de octubre de 1989 se considera un día histórico. Por aquella época, con 17 años, yo iba al instituto Francisco Ribalta de la capital. Recuerdo a la profesora de Historia, Delfina Ramos, diciéndonos algo así como que toda la vida nos acordaríamos del día en que cayó el Muro de Berlín. Ahora, treinta y pico años después, de aquella jornada solo puedo rememorar eso, justo a la profesora remarcando la importancia de lo que sucedía en ese momento. Nada más. Luego y antes he vivido otras fechas señaladas para la posteridad que se han quedado marcadas en mi retina y en los libros de Historia: el golpe de estado del 23F, los atentados del 11S. Hay otros: el asesinato de Miguel Ángel Blanco, el 11M en Madrid, los Juegos Olímpicos de Barcelona

Qué hacíamos cuando el mundo a nuestro alrededor giraba desbocado. Pues nada. Qué vamos a hacer los simples mortales que no tenemos la suerte o la desgracia de estar justo en el centro de los acontecimientos que perfilan el devenir histórico de la humanidad. Nada y ya está. Vivir, la cotidianeidad. Pero nos impactan. De algún modo, nos sentimos partícipes de lo ocurrido. Apuntalamos la memoria con esos agarraderos.

Ahora mismo ya ponemos nuestros recuerdos cercanos bajo la línea temporal que marcó la pandemia del covid-19. «¿Te acuerdas de las vacaciones en tal sitio? Justo el año antes de la pandemia». Así medimos el tiempo más reciente. Luego lo olvidaremos, ya no será un asidero memorístico. Y eso es bueno y también es malo.

Hay otras efemérides que marcan, y más. Los sucesos privados, pero esos, claro, no forman parte de la colectividad humana. No sirven para fechar, para sentirnos correligionarios, una suerte de veteranos de circunstancias concretas que hemos pasado juntos.

23F

De entre los hechos históricos, quizá el 23F antes mencionado sea el que más me ha impactado. Tenía 8 años, pero lo recuerdo mejor que ningún otro. Quizá por la edad. Puede que resulte difícil de explicar a un joven de ahora todas las repercusiones de aquella tarde invernal. El desasosiego y la cara de espanto que ponían los mayores. Eso y la palabra «guerra». Ahí creo que entendí la importancia de lo que pasaba. Porque ese nefasto término lo pronunciaron mis abuelos maternos recordando la guerra civil del 36. Ellos sabían lo doloroso que puede llegar a ser un conflicto que se lucha entre vecinos, entre hermanos a veces.

Seguramente, en Ucrania, en Palestina, se medirá el tiempo reciente en función de las guerras actuales. Esperemos que acaben pronto. Uno se enternece mucho al pensar en unas gentes que, recién dejada atrás la pandemia de 2020 se han visto metidas en conflictos armados de gran envergadura y que están durando ya más, mucho más, de lo que nadie preveía. Qué pena.

También las efemérides se entroncan con circunstancias felices: la subida del hombre a la Luna, el Mundial de fútbol de España --Naranjito--, el Mundial que ganó España --Iniesta de mi vida--… A nivel particular es incluso más fácil: la boda, el nacimiento de un hijo.

Los hechos históricos, los momentos importantes de la vida, no siempre son malos. Al contrario. Deberíamos esforzarnos por recordar, sobre todo, los buenos instantes. Aunque está claro que a veces ignorar lo negativo es más difícil que lo diametralmente opuesto.

Qué nos deparará el futuro. Lo que sí sabemos es que habrá cambios y nos chocaremos de frente con situaciones que nos harán contener la respiración. La única constante en la vida es el cambio. A veces abrupto, a veces tenue.

Editor de La Pajarita Roja