Opinión | VIVIR ES SER OTRO

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¿Quién lo hace todo en la vida optimizando las opciones de que dispone? Supongo que nadie

Nos contaba el otro día una amiga que sus hijos solo hacen la cama y limpian el lavabo cuando están en un hotel. En casa, para qué. El mismo día, después, en un corrillo diferente, otra madre nos decía que su hijo necesita gafas y que el oftalmólogo les había recomendado que hiciese actividades al aire libre, donde la vista enfocase a lo lejos. Sin embargo, han apuntado al niño a informática y a ajedrez.

Pequeños y mayores, a veces, desafiamos la lógica, la coherencia, de un modo extraño y consciente. Yo, sin ir más lejos, tengo problemas para dormir, pero lo primero que hago al despertar es prepararme un café, da igual cuál sea la hora. Tomar cafeína a las tres de la mañana no creo que me ayude a estabilizar el sueño. No soy el único raro en casa: alguien, no diré nombres, se lava los dientes antes de desayunar. Bueno, yo como pan con los platos de pasta y siento un asco atávico hacia las aceitunas. Voy sobrado de manías.

¿Quién lo hace todo optimizando las opciones de que dispone? Supongo que nadie. Somos humanos y nos caracterizamos por nuestro ingenio y también por la individualidad que nos distingue a unos de otros. El resto de animales solo piensa en su supervivencia; incluso los juegos de cachorros son meras simulaciones de lo que harán de mayores: cazar y pelear para ser el macho alfa.

Además, de las rarezas sale a veces la genialidad. Nadie duda de que Albert Einstein creó la teoría de la relatividad porque no malgastaba unos minutos cada mañana para acicalarse el pelo. Es broma, pero también un indicador de que al gran científico judío le preocupaba poco su aspecto y mucho la relación espacio-tiempo, al contrario de lo que hacemos casi todos los demás.

También es verdad que estas manías en ocasiones se vuelven perjudiciales, exageradas y derivan en problemas. Algunos de psiquiátrico. Pero obviémoslos deliberadamente y mantengamos un tono alegre hoy, caramba.

Kent Haruf escribía con los ojos vendados, en un lugar donde era ajeno a cualquier estímulo sensorial. Marcel Proust lo hacía de pie, para que la incomodidad le obligase a estar tenso. Yo, cuando escribo ficción, lo hago a mano, en libretas con un interlineado minúsculo con el objetivo de no editarme, de no poder insertar anotaciones entrelíneas y sabotearme a mí mismo.

Evolucionar como especie

Diría que salirnos del camino marcado suele provocar distanciarnos de las conclusiones habituales. Parece coherente la afirmación. Y si seguimos por ahí, acabaremos alentando a proceder de modos extraños, estrambóticos, para seguir evolucionando como especie. ¿Por qué no? Lo trillado son las guerras, la mansedumbre. Los que se salen de la autopista y entran en la carretera secundaria a lo mejor no son los primeros en llegar, pero sí los que más disfrutan del camino. Recuerdo los viajes de juventud. En muchos casos, más el tiempo hasta llegar y el detalle que los destinos en sí.

Creo que ha salido la palabra clave: «detalle». Lo grande, lo obvio, lo claro, lo vemos todos. Solo los que se fijan en las esquinas oscuras, en las aristas, en las pequeñas imperfecciones, en los grises dejando de lado los colores llamativos, son los que al final destacan. Quienes le sacan punta a la vida. A su vida.

Quizá esta columna tenga, hoy al menos, ese propósito. Si nos fijamos en su lateralidad en lugar de su literalidad, tal vez le encontremos la gracia, el punto interesante. Si es que lo tiene, claro.

Las más de las veces nos perdemos en lo fácil, sin ir más allá. También esto es humano, o una manifestación de la parte animal que aún nos domina en muchos aspectos. Para bien y para mal.

Editor de La Pajarita Roja