Cosas mías

Pobres en Castelló

Antonio Gascó

Antonio Gascó

Siempre se ha dicho que, desde su origen, Castelló era una ciudad de labradores y menestrales. La clase nobiliaria era prácticamente inexistente, pero no faltaban comerciantes, artesanos, ganaderos o labriegos, que acumulaban plausibles rentas y controlaban censos enfitéuticos, como lo demuestra su fiscalidad reflejada en la peyta. El panorama social podría reflejarse en un rombo en el que los vértices laterales engrosarían el grueso del hábitat con unas rentas mediocres. Sirva de ejemplo que los testamentos, de los que tanta abundancia hay en el Archivo Municipal, recogen con gran frecuencia el legado de piezas de vestir, capas, sábanas, toallas o colchas, como bienes preciados.

El grupo de indigentes no fue escaso, sobre todo en tiempos de hambres, de malas cosechas o pestes, en los que el municipio se preocupa de repartir harina «entre los pobres de solemnidad», en particular en las fiestas navideñas y en los tiempos de carestía, como lo demuestra un documento de 1374, año de una feroz hambruna.

Ya en 1385, era regular en la villa la colecta para los pobres vergonzantes, que eran personas con asiento fijo en la localidad. En el medievo los pobres vergonzantes eran aquellos que estando en situación de pobreza no se atrevían a hacerla pública y recurrían a terceros para socorrerse. La caridad particular ofrecía donativos en dinero y en especie, recogidos los primeros en la bandeja de la parroquia y los segundos en capazos que los baciners pasaban, casa por casa, por las distintas barriadas. En las grandes solemnidades de la iglesia y fiestas, el consejo repartía socorros a los menesterosos de carne o pan. Es oportuna la frase de Quevedo al respecto: «El rico come, el pobre se alimenta».

Cronista oficial de Castelló